martes, 4 de mayo de 2010

Contigo me siento de prestado
no puedo evitarlo...


Cuando quiere llover y no llueve
se secan los pantanos de ideas.
Cuando quiere llover y no llueve
se agota la melancolía, el agua de los artistas, la sed de los solteros y de los que no están cansados, también. El cielo envida tormenta, y entre tanto farol mal calibrado, todos acaban alumbrando sobre mojado. Cualquier tarde huele a domingo, cualquier tontería suena a canción. Dos notas mal puestas, y ya suenan a blues. Hay que ver qué pocos colores siguen vivos cuando quiere llover y no llueve. La mayoría de tonalidades reptan moribundas a medio camino entre el gris de los banqueros grises y el negro de sus cuentos corrientes para no dormir. Incluso a los más agraciados se les sube el pálido fluorescente de ascensor, ése que nos sienta a todos tan bien. Vivimos de reojo cuando quiere llover y no llueve. Nadie se atreve a hacer planes, se aplazan las ilusiones más frágiles, que son las cotidianas, y así no hay forma humana de sonreír, ni mucho menos de sonreírse. Además, en cualquier momento todo puede precipitarse, y habrá que buscar con urgencia ese sofá que regale abrazos y esa manta voladora que nos transporte tan lejos como lo permita un /the end./
Y es que cuando quiere llover y no llueve, hasta los insignifcantes hombres del tiempo se vienen arriba en su minuto de fama, deleitándose en ese momento de máxima audiencia en el que pronunciarán sus tres palabras mágicas, ese fin, ese de, ese semana. Ese en fin. Quizás por todo ello, cuando quiere llover y no llueve, una desea que, aunque jamás vaya a ser a gusto de todos, descargue ya violentamente o que suene de una vez un rayo de sol, pero que por favor el clima se defina en toda su contundencia. Como aseguran los expertos, cualquier ambigüedad, empezando por la meteorológica, es el principio de toda ansiedad.
Y a mí, ésta casi me está matando ...